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2.27.2013

Lapis Philosophorum


Expresión usada en alquimia.

(Latín). “Piedra de los filósofos”. – Término místico perteneciente a la alquimia y que tiene un significado muy distinto del que generalmente se le atribuye.

La Piedra filosofal se llama también “polvo de proyección”.

Es el Magnum Opus [la gran Obra] de los alquimistas, objeto que deben ellos alcanzar a toda costa, una substancia que tiene la virtud de transmutar en oro puro los más viles metales.

Místicamente, sin embargo, la piedra filosofal simboliza la transmutación de la naturaleza animal e inferior del hombre en la naturaleza divina y más elevada.

La Obra sercreta de Chiram o Rey Hiram de la Cábala, “una en esencia, pero tres en apariencia”, es el agente universal o piedra de los filósofos.

La culminación de la obra secreta es el perfecto hombre espiritual, en un extremo de la línea; la unión de los tres elementos es el oculto disolvente del “alma del mundo”, el alma cósmica o luz astral, en el otro.

Considerada desde el punto de vista puramente material, se ha establecido una diferencia entre la piedra o polvo filosofal denominado gran magisterio, gran elixir o quintaesencia, que es la de transmutar en oro los metales viles, y la llamada pequeña piedra filosofal, pequeño magisterio, pequeño elixir o tintura blanca, que es menos perfecta que la otra y sólo puede transmutar dichos metales en plata.

La piedra filosofal se presenta en diferentes formas y colores (blanco, rojo, verde, amarillo, azul celeste, etc.) 

Según Van Helmont tenía el color del azafrán en polvo, y era pesada y brillante como pedazos de vidrio; Paracelso la describe como un cuerpo sólido de color rubí oscuro, transparente, flexible, pero quebradiza a la vez.

Raimundo Lull o Lulio la designa algunas veces con el nombre de carbúnculus; otros la presentan como un polvo rojo; etc.

Las propiedades esenciales que atribuyen los alquimistas a la piedra filosofal son las siguientes; transmutar en oro o plata los metales viles (plomo, mercurio, cobre, etc.); prevenir y curar toda clase de enfermedades, lo mismo agudas que crónicas, y prolongar la vida humana mucho más allá de sus límites naturales, y por esta razón se ha considerado dicha substancia, tomada al interior, como el más precioso de todos los remedios.

Algunos autores espagíricos han atribuído a esta famosa piedra otra importante propiedad: la de formar artificialmente piedras preciosas, tales como diamantes, perlas y rubíes.

“Habéis visto, Sire  escribía Raimundo Lull al Rey de Inglaterra, la maravillosa proyección que hice en Londres con el agua de mercurio que yo eché sobre el cristal disuelto; formé un diamante finísimo, del cual mandasteis hacer unas columnitas para un tabernáculo”.

Otras virtudes aun más apreciables desde el punto de vista intelectual y moral, se han atribuído a este raro tesoro, y es que confiere a quien lo posee el don de sabiduría, y además, así como la piedra filosofal ennoblece los más viles metales y muda los guijarros en perlas finas, así también purifica el alma del hombre y extirpa de su corazón la raíz del mal y de todo pecado.

Acerca de la cantidad de piedra filosofal que ha de emplearse para producir sus efectos, varían considerablemente las opiniones de los alquimistas.

Kunckel admite que no puede convertir en oro más que dos veces su peso de otro metal.

Germspreiser afirma que puede llegar de treinta a cincuenta veces.

Arnaldo de Villanueva dice que una parte de ella basta para convertir en oro cien partes de metal impuro; Rogerio Bacón, cien mil partes; según expresa Raimundo Lull en su Novum Testamentum; no sólo puede cambiar el mercurio en oro, sino que comunica al oro así formado la propiedad de desempeñar a su vez el papel de una nueva piedra filosofal.

La preparación de este producto se ha mantenido siempre en el mayor secreto.

Verdad es que se han hecho vagas indicaciones sobre este punto, pero todas ellas están expresadas intencionalmente en un lenguaje muy obscuro, enigmático y frecuentemente contradictorio al parecer; pero “sólo entre esas contradicciones y en esas falsedades aparentes encontramos la verdad”.

Y no era por egoísmo que los escritores herméticos tenían tan oculto su secreto; poderosas razones aducían ellos para no profanar y hacer público un misterio tan precioso que, de ser divulgado, produciría un trastorno tremendo en la sociedad humana.

“¡Pobre insensato! exclama Artefio, apostrofando a su lector.

Serías tan necio que creyeras que te vamos a enseñar abierta y claramente el más grande e importante de los secretos, y tomaras nuestras palabras al pie de la letra?” 

Muy expresivas son también las declaraciones de Arnaldo de Villanueva: “oculta este libro en tú seno dice y no lo pongas en manos de los impíos, porque encierra el secreto de los secretos de todos los filósofos.

No debe echarse a los puercos esta margarita, porque es un don de Dios”.

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